Ya era 18 de abril, fue embarcar al ferri y pensar que en
unas pocas horas íbamos a estar en otro país. Nuestra única preocupación era
saber que teníamos debajo del barco, un mar que permanecía dormido.
Tras asignarnos nuestro camarote, aquellas primeras horas
fueron un oasis de paz y de tranquilidad. Pero llegó la noche…
Allá sobre las 12:00 los profesores nos mandaron a los
camarotes a dormir, pero nosotros como seres humanos que somos necesitamos
comunicarnos. Fue entonces cuando se oyeron golpes de gente corriendo por los
pasillos y toques en las puertas. ¡Era la llamada!
Un rato después nos agrupamos unas 15 personas en un
agobiante camarote de unos 12 metros cuadrados. Empezamos a hablar y a contar
anécdotas. La noche se animó cuando salimos, ya muy tarde, a llamar a otros
camarotes para que viniera todavía más gente.
Entre risas y un
agobiante calor inhumano pasamos la noche en aquel pequeño camarote, una noche
que jamás será olvidada…
No hay comentarios:
Publicar un comentario